Friday, May 21, 2010

I hate Paris

En realidad, me gusta la canción de Cole Porter, pero no la ciudad. Mucha gente se lleva las manos a la cabeza cuando les digo que no me gusta París. La capital francesa está fírmemente arraigada en el imaginario colectivo como una de las ciudades más hermosas del mundo, y causa mucha extrañeza la disensión. Pues mire usted, no, no me gusta París. Ni una mijita. Hablamos, naturalmente, del París monumental, de la ciudad diseñada por el barón Haussmann a mayor gloria de Napoleón III y de la razón de Estado. La antigua ciudad medieval fue arrasada y en su lugar apareció la ciudad burguesa en todo su esplendor imperialista y un punto hortera. Sí, me parecen horteras esos monumentos grandilocuentes, esa escala monstruosa pensada para empequeñecer a las personas y exaltar el poder. Las ciudades medievales, qué duda cabe, tenían serios problemas de salubridad, pero estaban hechas a escala humana. Con el París de Haussmann, la ciudad dejaba de estar a la medida del hombre y pasaba a convertirse toda ella en un monumento, en un parque temático sobre el poder del Estado (de un estado burgués autoritario, racista e imperialista, para más señas). En París los bulevares se pensaron para los desfiles militares, o para las cargas de caballería. Su anchura inhumana tenía como objetivo, entre otros, dificultar las barricadas de 1830 o de 1848. Y qué me dicen del ojo del huracán de todo este urbanismo, de ese horrendo Arco del Triunfo? Cómo puede la gente admirar semejante espanto, levantado para glorificar el militarismo y el chovinismo?

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