Hace unas semanas escribí en el blog de Julio Rodríguez, en una de las entradas sobre su reciente viaje a Venecia. Lo traigo a colación porque su experiencia es calcada a la mía, solo que yo sufrí (o gocé, por mejor decir) el encantamiento que produce esa ciudad algunos años antes. He de reconocer que, como Julio, tenía serias reservas antes de visitar la Serenísima, porque la veía como un parque temático lleno de turistas furibundos haciendo fotos por doquier. Y, sí, turistas los hay a manojos, sobre todo en verano, que es solamente cuando, por desgracia, he podido visitar Venecia (salvo la primera vez, en el lejano otoño de 1989, pero esa fue una visita muy corta y, sobre todo, aún no hacía yo fotos), pero ni eso es suficiente para acabar con el encanto tremendo de una ciudad que es absolutamente única. Venecia para caminantes, dice Julio. En efecto, uno de los grandes placeres que nos proporciona esta ciudad prodigiosa es poder caminar con total tranquilidad, sin tener que preocuparse del horrísono tráfico rodado que nos acosa en casi todos los demás lugares del mundo (de hecho, hay un detestable anuncio de Mercedes en que un pijo oligofrénico le dice a su pareja que no quiere ir a Venecia porque allí, evidentemente, no podrá manejar su dichoso autito, que es, por lo visto, lo único que le proporciona algo de placer...)
Y, en relación a las masas, basta con andar un poco, con perderse por las callejuelas que se alejan del hacinamiento de San Marco o Rialto, para encontrarse con una ciudad muy tranquila, vacía incluso (en el mejor y peor de los sentidos: hace mucho tiempo que los venecianos están siendo expulsados por el precio disparatado de la vivienda) y tan hermosa que resulta incluso apabullante. En este sentido, nada mejor para alejarse de la barahúnda tour-operada que buscar alojamiento en un barrio como el Cannaregio, uno de los seis sestiere de la ciudad, en este caso el que ocupa el extremo noroccidental, donde es posible encontrar venecianos de verdad y bares y restaurantes donde (apenas) hay turistas y puede uno tomarse un spritz (o dos, o tres) escuchando conversaciones en el dialecto véneto... El Cannaregio contiene tantos encantos que es imposible enumerarlos: el Ghetto, Madonna dell'Orto, Santa María dei Miracoli, la Maddalena, Gesuiti, las vistas de la laguna desde Fondamente Nove, un paseo al atardecer por la Fondamenta della Misericordia, una Moretti o un spritz, o ambos, por la noche en la terracita del Profondo Rosso, una cena pantagruélica en el Paradiso Perduto...lugares que he visitado y cosas que he hecho en este último viaje cuyas fotos acabo de editar y publicar en mi web.

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